sábado, 20 de marzo de 2010

El Roto: Un virus informático se cargó a Quevedo

"Derecho al pataleo" de Rafael Reig

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Cuando yo era pequeño circulaba la leyenda de que la NASA estaba gastando millones de dólares para fabricar una herramienta de escritura que pudiera utilizarse en condiciones de gravedad cero. Los mejores físicos norteamericanos buscaban la forma de poder escribir boca arriba. Probaron con propulsión atómica, aceleradores de partículas, bombeo hidráulico... pero cada solución creaba más problemas de los que resolvía. De pronto llegó la terrible noticia: ¡los rusos se les habían adelantado: ya tenían un prototipo con el que Yuri Gagarin iba a ponerse en órbita! El mejor agente secreto consiguió robarlo y, cuando abrieron el paquete en el Pentágono, ¿qué era lo que iban a llevar los astronautas rusos? Un lápiz, por supuesto. Me acuerdo mucho del lápiz espacial cada vez que me hablan del libro electrónico.
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Leer es demasiado barato y sencillo (desde el punto de vista empresarial). Los libros no son caros y, por si fuera poco, se pueden prestar, sacar de una biblioteca, comprar usados en una librería de lance, etc. Además no se estropean: yo le leí a mi hija el mismo ejemplar de Mark Twain que nos leyó mi madre a todos los hermanos. Ese Tom Sawyer de tapas amarillas lo hemos leído ya, por el mismo precio, más de treinta personas. Impreso en 1944, aún sigue «funcionando». Así no hay quien haga dinero a espuertas, ¿verdad?
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Es cierto que los costes de producción han caído mucho, la imprenta no es lo que era, pero incluso así vender libros resulta caro: hay que distribuirlos, gestionar devoluciones, almacenarlos, destruirlos, etc. Es un buen negocio, pero nunca suficiente para la avaricia empresarial. ¿Cómo podríamos ganar aún más? Ésta es la única pregunta a la que responde el e-book.
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Hay que consumir más. Por supuesto que no se dirige a las necesidades reales de los lectores, que no son ningún misterio: más bibliotecas, más ediciones de bolsillo, más mercado de segunda mano, una Editora Nacional, más bibliotecas escolares, etc. Ningún lector que no sea un mentecato necesita almacenar 70.000 títulos.
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Hay pocos lectores mentecatos, por eso la clave está en conseguir, en lugar de lectores, clientes. ¿De libros? No, por favor, eso no es negocio. El lector medio no creo que compre más de cinco o seis libros al año y así no se hace dinero a lo grande. Hay que consumir más, mucho más. La gran idea es cobrar por los cacharros. Si en lugar de libros baratos, que se prestan y se leen en bibliotecas, y que no se estropean, podemos vender un soporte caro y que haya que cambiar cada año, con versiones incompatibles entre sí, que se estropee con facilidad (la famosa obsolescencia programada), que no se preste, que no se pueda leer en una biblioteca... ¿no sería un negocio redondo? ¿A que sí? Y nada de distribución, camionetas, almacenes, libreros, tipos que hacen huelgas o piden aumentos de sueldo... ¡cacharros fabricados en Taiwán y a hacer caja! ¡Ahora sí estamos hablando en serio de hacer dinero!
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Todos sabemos cómo funciona esto: versiones nuevas cada año, todas incompatibles entre sí, duración mínima, averías. Es imposible leer lo que escribí en Wordperfect y grabé en esos discos blandos que ya no valen para nada. Si encuentro en un cajón una casete, enrollo la cinta con un boli Bic y ¡aún suena! Prueba a meter un CD en una mochila y que recorra Europa en Inter-Rail: a ver si funciona treinta años después. ¿Han conseguido ya un simple cargador universal para móviles? Mis (conjeturales) nietos podrán leer el mismo Tom Sawyer, pero tendrán que comprar su propio cacharro.
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Manda quien manda. Para las necesidades de los lectores ya existe el libro, pero da más dinero la ferretería: vender cacharros. Ahora sólo hace falta convencernos de que esos cacharros responden a una necesidad que los lectores sentimos, aunque (todavía) no lo sepamos. Ahora nos van a abrir los ojos: lo mejor es un boli antigravedad de la NASA para escribir tumbados, porque el lápiz es demasiado barato.
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Sé que no hay discusión y el libro electrónico se impondrá: manda quien manda. Lo que no entiendo es la servidumbre voluntaria ni por qué tenemos que aplaudir como papanatas o ayudarles a convencernos. ¿Alguien se cree que, en el fondo, lo hacen todo por nuestro bien?
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Publicado en el suplemento cultural ABCD del diario ABC del 20 de marzo de 2010 en la sección Lecturas y relecturas que Rafael Reig mantiene allí. 
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